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jueves, 24 de enero de 2008

Sin un “adiós”



Despues de un desgarrador abrazo, mirándome fijamente a los ojos y haciendo alarde de una serenidad que ni por asomo sentía, déjo escapar de sus labios esta frase:


-No solo se ha quitado su vida, también la mía y la de mis hijos y… entonces las lágrimas no le dejaron decir más, su dolor era tan profundo, tan indescriptible con simples palabras que ¿para qué molestarme yo, mera espectadora, en un imposible?


Pero aquello quedó grabado profundamente en algún lugar dentro de mí. Caló hasta en la médula de los huesos más recónditos de mi cuerpo, en donde, escondido de todos y a todo, se agazapaba un viejo recuerdo. Viejo por antiguo, no por desgastado, pues mi mente en puro mecanismo defensivo contra el dolor psicológico, decidió depositarlo allí, siempre muy, muy dentro, pero a mano para evitar el olvido.



Tenía yo entonces 19 años: ella también. Yo cumplí los 20; ella no. Lo mejor de la vida aún por llegar… para mí; no para ella. Fue su decisión, pero decidió también arrastrar con ella, en parte, la "psique" de su familia; la de los amigos que la queríamos, como yo, y de su novio…

Nos dejó vacíos de sí misma, pero llenos de preguntas, de dudas, de culpas, y de dolor…




Hoy, esta sombra de la autodecisión de acabar con todo lo que oprime a la propia mente, una vez más, visitó en su refugio a mis recuerdos. Despacio, tímidamente, ellos salieron de nuevo a la luz arropados por la sombra. Se cegaron. Volví a meditar sobre ellos, a intentar descifrar este laberinto sin salida, pero incluso ahora, con la madurez que da la edad, los volveré a guardar.


Donde acabó su "camino sin salida, empezó el nuestro.

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